Dicen que cuando el frío aprieta de verdad, cuando las chimeneas empiezan a humear y el olor a castañas llena las calles, en las montañas de Galicia despierta una figura muy especial: O Apalpador.
Cuentan los mayores que es un carbonero que vive entre los bosques de O Courel y Os Ancares, rodeado de árboles, nieve y silencio. Pasa el año recogiendo leña, trabajando con las manos ennegrecidas por el carbón y esperando el momento en que el solsticio de invierno le llame a bajar del monte. Entonces, se viste con su ropa humilde, se calza las botas gastadas y se adentra en las aldeas. No trae grandes regalos ni promesas envueltas en brillo.
O Apalpador solo busca una cosa: comprobar que los niños y niñas de Galicia han tenido suficiente para comer. Mientras duermen, se acerca despacio y les palpa la barriga. Si la nota llena, sonríe tranquilo. Si no, deja algún pequeño regalo, casi siempre comida: unas castañas, un trozo de pan, unos frutos secos... lo justo para hacer más llevadero el invierno.
Durante mucho tiempo, su historia se fue apagando, como el rescoldo de un fuego olvidado. Pero en los últimos años, su figura ha vuelto con fuerza, recordándonos que la Navidad no siempre fue cuestión de consumo y luces, sino de cuidado, comunidad y raíces compartidas. O Apalpador no castiga ni recompensa: simplemente cuida.
Representa el deseo de bienestar, de llenar tanto el estómago como el corazón. Y cada diciembre, cuando vuelve a bajar del monte, parece traer consigo un mensaje sencillo y poderoso: que no olvidemos de dónde venimos, ni lo importante que es cuidar de los nuestros.
